viernes, diciembre 03, 2004

Cristales

Miguel no tenía ya fuerzas para seguir caminando. Se dejaba arrastrar por la inercia de su cuerpo. Su psicóloga le envió directo al hospital.

Le abrieron en canal para sacarle todo lo que llevaba dentro y descubrieron un corazón de cristal. Brillante y puro cristal helado. Escarcha en los pulmones. Y unos pequeños cristalitos de colores incrustados en el hígado y los riñones. Moriría congelado.

No podía respirar ni tragar saliva. Su rostro estaba pálido y sus ojos apagados. Su sonrisa ya no iluminaba las calles ni le servían de linterna en la oscuridad de su habitación. Ya no veía prácticamente nada que estuviera a más de dos metros de sus narices. Sus lágrimas ya no eran lágrimas, sino riachuelos en su piel. Sus gélidas manos convertían en hielo todo lo que tocaban.
Y sus palabras, todo lo que decían.

La operación duró varias horas, tratando de devolverle el calor que le diera de nuevo la vida. Nunca se había visto nada parecido. En el quirófano, siete médicos y ocho enfermeras alrededor de una camilla y tres estufas. Todo un arsenal de utensilios punzantes extendido sobre la mesilla metálica. Y en la sala de espera, nadie esperando.

Su corazón latía en silencio. Y sus ojos ni siquiera luchaban ya por conservar un poco de luz.

El Dr. Frare pidió el bisturí. Lucía, la enfermera morena de ojos saltones, lo puso en su mano, mientras observaba asustada la disección. De repente, un millón de diminutas lanzas de cristal comenzaron a brotar del pecho de aquel joven. Todos, tirados en el suelo, trataban de esquivar las afiladas puntas heladas. Pero una alcanzó a Lucía, que pronto comenzó a dejar de sentir sus manos y sus pies.

La tendieron en una camilla, junto a la estufa, y observaron cómo su rostro palidecía a cada segundo, cómo sus ojos se iban apagando lentamente hasta dejar de iluminar la habitación. Su piel se llenó de riachuelos de plata...

La abrieron en canal para sacarle todo lo que llevaba dentro, y descubrieron un corazón de cristal.

Nunca se había visto nada parecido. En el quirófano, dos cuerpos inertes enterrados por millones de cristales congelados. Y en la sala de espera, nadie esperando.