jueves, diciembre 23, 2004

Hacer una maleta

Parece algo sencillo. En teoría sólo hay que trasladar la ropa desde el armario y los cajones a la maleta o bolsa de viaje. La duración aproximada suele ser de una hora, si lo tienes todo bien organizado. Sencillo, ¿verdad?. Todos hemos hecho el equipaje alguna vez en nuestra vida.

Pero... ¿Para qué lo estás haciendo? ¿En qué piensas mientras lo haces? ¿Qué criterios sigues para elegir lo que te llevas y lo que te dejas?... La cosa se complica (si eres como yo, claro). Podría ceñirme a argumentos prácticos y meramente racionales, pero, por suerte o por desgracia, cuando yo hago una maleta soy de todo, menos racional y práctica (también me suele pasar cuando hago otras cosas). Cada vez que saco una prenda del cajón pienso en la última vez que me la puse, en lo que sucedió aquella noche que salimos de copas o fuimos al cine. Pienso en las veces que la he usado, y en la suerte que me ha traído. Pienso en si me llegaste a ver con ella puesta o la tuve olvidada mucho tiempo. Pienso en ti...

Cada vez que abro los cajones de mi mesa de estudio y tropiezo con alguna de las cartas que me escribiste o te escribí, con nuestras fotos o entradas de cine... Me enciendo un cigarrillo y me paro a observarlo todo bien. Repaso cada palabra, cada recuerdo, y me pregunto si hago bien en llevármelo conmigo o, por el contrario, debería dejarlo aquí, junto al pasado reciente...

Cuando hago una maleta pienso en mi vida, en mis idas y venidas,en lo mucho que me gusta, y me cuesta al mismo tiempo, andar siempre de un lado al otro del mundo... Me pregunto si algún día me quedaré quieta. Si algún día terminarán mis viajes y decidiré quedarme a tu lado para siempre. Todo es "extrapolable".

Mientras hago el equipaje, decido que partes de lo vivido últimamente me quiero llevar conmigo, allá a donde vaya, y que partes no. No es tarea fácil. Por eso yo, mientras recogía ayer mismo mis cosas para volver a casa, me perdí durante horas en millones de recuerdos. Un flashback interminable de encuentros y desencuentros, de palabras bonitas y desagradables, de besos y despedidas. De acercamientos y distanciamientos progresivos. Y tomé una decisión. Me he traído lo mejor. Aquello que me hace sentir bien, que me ilumina la cara al recordarlo. Me he traído las noches que no tienen final. Los besos furtivos. Las demostraciones de sincera amistad. Los bailes. Las miradas y las bromas. Las frases míticas: "Y venga y venga y venga..."; "Siempre he sido tres años mayor que ella"; "El segundo día de Año nuevo"; "Al pelote"; "Una antigua bailarina rusa que bailaba"; "Ustedes son muy hippies"; "¿Te lo repito? ¿te lo repito? ¿te- lo- re- pito?" (por citar algunas...). Me he traído parte de la realidad y parte de mi sueño. Mis ganas de superar todos los obstáculos y de hacerlo mejor desde ya. La ilusión porque TODO salga bien.

También he dejado allí algunas cosas, que espero se hayan desintegrado cuando vuelva. Los malos rollos. Los malentendidos. El sentimiento de culpa por sentirme bien junto a alguien. Los besos robados sin motivo. Las palabras vacías. Las mentiras. La inseguridad por mostrarme tal y como soy y no ser aceptada. La cabezonería por conseguir algo que no se puede tener. Las ralladas mentales. Las paranoias absurdas y demás complicaciones que hemos encontrado.

Y no es que olvide nada de lo sucedido. Todo queda almacenado dentro de mi. De hecho hay cosas que no podría olvidar aunque quisiera... Pero sí hay cosas que es mejor dejar allí y ver cuál es su estado a mi vuelta, a nuestra vuelta. Todo cambia. La vida fluye y el tiempo pone las cosas en su sitio.

Así que, como ves, hacer una maleta puede resultar extremadamente complicado para mi.

Pero aún hay más... espera a que tenga que hacerla para volver, a ver que cojones dejo en Valencia... Eso también será difícil, y es otra historia...

Pero una cosa importante: ¿sabes qué es de todo lo que me traje, lo más hermoso?... A tí, princesa.

Un besote y gracias por plantearme la reflexión.