Descorazonada
Le arrancaron el corazón y se llevaron su alma. Ella, mirando directamente a los ojos de su verdugo, balbuceó un rasgado y lento “por qué” mientras derramaba su última lágrima. Y allí quedó, tendida sobre la alfombra roja improvisada de su dormitorio, en silencio.
Desde la ventana de enfrente, alguien observó la escena mientras se deleitaba con un amargo y caliente café. El humo de su cigarrillo salía a encontrarse con el frío helado y el bullicio nocturno de la ciudad.
Los perros se volvieron locos durante unos minutos. Los canarios chocaban contra las rejas de sus jaulas y los peces se daban golpes contra los cristales de sus peceras una y otra vez.
Descorazonada y desalmada, encontraron su cuerpo desnudo dos días después. Hermoso como siempre había sido. El pecho horadado y los ojos abiertos, esperando a que alguien le explicara para qué alguien querría un corazón tan maltrecho y oxidado.
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