domingo, enero 30, 2005

Abismos invisibles

El hombre azul se sentó en la barandilla de metal, con los pies colgando y los brazos extendidos hacia arriba, como queriendo atrapar el cielo. Una muchacha gris se acercó y le dijo que no se tirara porque la vida merecía la pena, que ella nunca lo haría. Él no contestó y ella, en apenas unos minutos, le había contado todas sus desgracias y desdichas. Ahora la muchacha parecía desconsolada. Él la abrazó y le contó lo bella que era la vida. La invitó a acompañarle en su viaje imaginario. Se sentaron los dos sobre la barandilla de metal, con los brazos bien extendidos hacia arriba, y juntos, atraparon el cielo durante unos instantes.

Se despidieron y jamás volvieron a verse, pero ahora, cada vez que la muchacha se siente triste, se sienta al borde de su abismo y estira los brazos, y atrapa el cielo en un viaje imaginario que no tiene fin.

El hombre azul sigue visitando cada barandilla, a la espera de alguna persona gris que todavía no sepa volar. Y recuerda cada visitante y sus viajes. Y a veces, muchas veces, se siente solo.

(Porque las personas azules existen y las grises también)