martes, enero 25, 2005

Un beso

Así acababa su carta. Un beso de color rojo sangre al final de unas lineas torcidas y con demasiado sentido. Un beso y el sabor amargo que se queda en los labios después de leerlo en voz alta. Unas palabras que entumecían el alma con solo mirarlas.

Se había levantado con la sensación de que sería un buen día. Se había puesto su vestido nuevo de tirantes rojos y había salido a la calle con su portátil y sus libros bajo el brazo. Hoy cerraba el negocio con la agencia de Nueva York, y todo saldría según lo previsto. Con ese vestido y esa sonrisa nada podía salir mal. Cruzó la Avenida Torres y llegó a la plaza, donde compró el periódico y comenzó a ojearlo mientras caminaba. Llegó al Café Amsterdam y se sentó en la terraza a leerlo detenidamente. El camarero le sirvió un zumo de naranja y una mirada descarada hacia el escote. Ella le pagó el zumo y le dejó una sonrisa de propina. Llegó a la oficina y saludó a todo el mundo como de costumbre. En su despacho la esperaban ya los Srs. Dallen, dispuestos a cerrar el trato. Al cabo de dos horas el contrato estaba firmado y el éxito asegurado para las partes.

Comió en el bar de siempre, ensalada y un trozo de tarta. Pidió una copa de champagne y un café. A las tres de la tarde ya estaba en casa, sumergida en un baño de espuma y sales de vainilla, recapitulando punto por punto el compromiso que acababa de asumir. Lo había pensado mucho y sabía que era la mejor opción. Su avión salía a las siete y no pensaba hacer equipaje, así que aún tendría tiempo de dar un paseo y comprar un par de libros. Por el camino, se detuvo ante el portalón de madera y escurrió un papel por la rendija del buzón.

Llegó a casa a las once de la noche, cansado y fatigado por un duro día en el trabajo. Había conseguido un contrato muy importante con Tokyo y se sentía orgulloso. Pero un dolor punzante se había instalado en su estómago a las tres de la tarde y todavía le acompañaba. Últimamente sus nervios andaban algo más mareados que de costumbre. Recogió su correspondencia y subió las escaleras mientras pasaba, una por una, las cartas del banco, de una a otra mano.

Un folio doblado cayó al suelo mientras él seguía subiendo. Al llegar a casa se preparó un baño caliente y repasó mentalmente la estrategia que seguiría al día siguiente cuando llamara por fin a Natalie. Había decidido intentarlo. Se quedó dormido justo en el momento en que ella le abrazaba.

A la mañana siguiente un niño encontró el folio en el portal. Lo recogió y lo leyó en voz alta mientras caminaba hacia la escuela.

"Mario, me voy de la ciudad. Me ha costado un poco pero al final me he decidido. Han pasado meses desde que nos dijimos lo que sentíamos en aquella vieja cafetería, pero nunca se volvió a hablar. Me pregunto si habría cambiado algo, pero ahora ya no importa. Empiezo una nueva vida, lejos de aquí. Natalie.
Un beso"

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Hizo una pelota de papel y le dió un puntapié.


(PD: ¿Impaciencia? ¿Hastío? ¿Abandono? ¿Egoísmo? ¿Independencia? ¿Valentía? ¿Seguridad? ¿Cobardía? ¿Victoria o fracaso?... "todo es del color según con que se mire")