martes, enero 11, 2005

Volver atrás

Hoy he vuelto a casa. He entrado en el pequeño salón de la que fue mi casa hace unos años, y he respirado profundamente. Nada está como estaba, pero todo huele igual. Huele a ella.

He recorrido cada una de las paredes y he descubierto un montón de fotos nuevas. Grandes, pequeñas, en blanco y negro, de colores brillantes y extraños. No hay ni una sola que no haya pasado por sus creativas y originales manos. Ninguna ha escapado de su incansable y maravillosa imaginación. Fotos recortadas, collages con momentos ancestrales, montajes increíbles y repletos de significado. Todos estamos colgando de las paredes de su vida. Sus padres, su exmarido, su hijo, su anterior pareja y yo. También sus gatos y sus amigas conforman este gran laberinto de ilusiones. Somos los ojos que la espían cada noche, las sonrisas que la admiran cada día, el amor que la llena de vida y fuerza cada vez que se siente sola. Somos las pequeñas piezas de su rompecabezas particular.

También hay cuadros, muchas y dispares composiciones artísticas que la han acompañado durante años, en cada traslado, en cada kilómetro cero. Y otras nuevas, de ahora, de esta nueva etapa en la que empieza a caminar. Sólo ellas saben los comienzos que ha vivido, los finales que ha llorado, y cuánto ha luchado... Y es en momentos como este que yo retrocedo unos años, quizá todos los que la memoria me permite, y me siento en su regazo, y la abrazo fuerte... Y me arrepiento de no haberle dicho millones de veces cuánto la quería, cuánto la quiero...

Es en momentos como este que cierro los ojos y escucho sus regañinas, mis escenitas melodramáticas, mis ataques de histeria infantiles, sus gritos, los míos, mis lágrimas, las suyas... Los insultos y los castillos desplomados, los libros por los aires y el amor desparramado por el suelo de toda la casa, de todas las casas que hemos construído y derruído juntas... Recuerdo las amenazas, las chulerías de una niña repelente y testaruda, los silencios sepulcrales, las pesadillas de día, la tranquilidad de los sueños. Las horas sin dormir escondida bajo la almohada, tratando de no respirar ni un ápice más del odio que envenenaba mi habitación, mientras ella se encerraba en su cuarto y se rendía una vez más ante un Valium para no escucharme llorar. Para morirse un rato.

Pero he seguido caminando por el pasillo, ahora descalza, y he tropezado con uno de sus baúles de madera. Uno de esos arcones enormes para guardar ropa vieja y sueños rotos apilados... y, sobre él, he encontrado una foto mía. Un marco que envuelve la mejor de mis sonrisas, la mirada más dulce jamás inventada, para ella, sin billete de vuelta... Y es entonces cuando recuerdo también nuestras escapadas nocturnas al País de Nunca Jamás, las bienvenidas de las hadas, los guiños fugaces de niños que vivían bajo las raíces de un árbol, o esos príncipes encantados que siempre se convertían en sapos... Y todas las batallas que libramos contra piratas y dragones de tres cabezas, o de mil... Recuerdo cómo me apartaba el pelo de la cara para hacerme fotos, y cómo me acariciaba la cabeza cuando me quedaba dormida en su regazo... También de cómo me hacía rabiar delante de mis amigos adolescentes, y me sacaba los colores diciéndome que era una mocosa... Recuerdo sus días tristes cuando mi padre se fue de casa, y cómo no supe qué decir ni qué hacer, cómo mis lágrimas no me dejaron ver que ella también lloraba... Y quiero volver y abrazarla. Quiero que me vuelva a abrazar como antaño, que me estruje en su pecho y me diga que no tenga miedo, que todo irá bien, que ella está bien. Que me vuelva a prometer que los fantasmas no existen, y si existen que me cuente que a nosotras no nos pueden hacer daño, porque somos brujitas... Y quiero volverla a creer. Creerla también cuando me diga que me quiere, después de escuchar... un "te quiero mucho mamá".

(Lo escribí hace algún tiempo,no mucho, pero hoy lo he encontrado entre mis apuntes, y me he vuelto a emocionar...)