miércoles, enero 05, 2005

Noche de Reyes

Un año más, pero esta vez con una intención diferente, se quedó esperando junto a la ventana. Procuró mantener los ojos bien abiertos toda la noche. De tanto en tanto, algún pequeño ruido la distraía y entonces buscaba rápidamente la ventana de nuevo, esperando descubrir algún movimiento sospechoso.

Alicia tenía siete años y medio (siempre recalcaba el medio cuando le preguntaban la edad) y vivía con sus padres en un pequeño pueblo. Desde muy pequeña había confiado en las historias que su madre le contaba cada Navidad acerca de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, pero ese año tenía algunas dudas razonables que quería resolver. Ya era hora de encontrar algunas respuestas que nadie nunca le había querido dar. Así que plantó guardia junto a la ventana toda la noche y esperó, sentada en una butaca, sin saber muy bien con qué se podía encontrar. Pero no descubrió nada nuevo.

Ella nunca recordaba haberse dormido durante la vigilancia, pero sin saber cómo, al abrir los ojos, el salón siempre estaba inundado de regalos de todos los tamaños y colores. Cada año la misma historia. Primero se enfurecía por haberse quedado dormida, por seguir sin respuestas para sus elaboradas y estudiadas preguntas, por continuar con la incertidumbre que invade a muchos niños llegada cierta edad. ¿Cómo sabían los Reyes que ella quería ese coche teledirigido si no había escrito carta ese año? ¿Quién se lo habría dicho? ¿Quién lo sabía?... Pero pronto la rabia se tornaba euforia y alegría. En cuanto empezaba a descubrir sus regalos y los abría, olvidaba su empeño por desvelar el misterio.

Al año siguiente, Alicia sí escribió una carta. En ella le pedía a sus Majestades que dejaran de llevarle regalos porque no los quería, porque siempre acababa cansándose de ellos y los guardaba en un armario, y se aburrían, y se estropeaban, y se amontonaban, y ella ya era mayor para juguetes. Les explicaba que sus papás se habían separado, que ya no se querían, que ella acababa de tener un hermanito y que su papá se había ido a vivir a otra casa, solo. Les contaba que estaba triste, que no entendía para qué servían los regalos cuando no se podía disfrutar de ellos con los seres queridos. Que ella ya no quería más regalos inútiles nunca. Que sólo quería que sus papás volvieran a quererse, que estuvieran con ella, y que su hermano creciera en una familia feliz... Le dio la carta a un paje que estaba de paso por un gran centro comercial, después de esperar una cola de casi una hora, y esperó impaciente a que llegara el día.

La Noche de Reyes no se quedó despierta como de costumbre. Se metió en la cama con su madre y su hermano y se durmió profundamente, deseando despertar en su cama al escuchar la voz de su padre gritando que habían venido los Reyes. Pero no fue así. Por la mañana, el salón estaba inundado, aunque menos de lo habitual, de regalos de todos los tamaños y colores, pero su padre no estaba allí. Alicia se enfadó tanto que se quedó escondida en su cuarto sin querer salir durante horas. Ella no quería regalos.

Aquella mañana descubrió que la habían estado engañando durante todos aquellos años, y se enfureció más todavía. Ahora lo entendía todo. Pasó varios días sin querer hablar con nadie.

Al cabo de unos años, cuando su hermano ya contaba cerca de los seis, Alicia recordó su historia y pensó en desvelarle el secreto. Él ya empezaba a hacerle preguntas sobre la naturaleza de aquellos hombres que traían regalos una vez al año porque sí. Y ella se contenía para mantener viva la ilusión de ese niño que la miraba entusiasmado cada Noche de Reyes. Ella deseaba contarle la verdad, para que nunca esperara más de la cuenta, pero no fue capaz. No quería arrebatarle la emoción ni la sonrisa, nisiquiera la esperanza o la magia. No podía hacerlo.

Ella ya no escribía cartas, ni esperaba despierta a que aparecieran por el balcón. Ya no creía en ellos, ni en los Reyes ni en sus padres, ni en la magia ni en el amor, ni en la eternidad ni en la verdad, ni en los sueños ni en los cuentos. Ya no creía en nada que no pudiera ver o tocar.

Su hermano cumplió los ocho sin saber toda la verdad. Y ella los dieciséis de vuelta de todo.

Cuando él resolvió el misterio no se enfadó demasiado. Hizo algunas preguntas y lloró un rato, pero se le pasó enseguida. Alicia sí que se enfadó, y le recriminó a su madre que les hubiera mentido, engañado, estafado, traicionado...(así era como ella se sentía). Le reprochó su separación y cualquier cosa que se le ocurría. Prometió odiar siempre la Navidad y no casarse. No tener hijos ni mentir nunca. No soñar ni tener esperanzas, no desear nada con fuerza, no sentir ni llorar jamás. No creer en nadie. Borrar del calendario la Noche de Reyes.

Alicia tiene treinta y cinco años y medio (sigue recalcando el medio cuando se le pregunta por la edad) y vive con su pareja y su hija en una casita en un pueblo pequeño. Estudió Derecho y Psicología. Conoció a César en un concierto de Serrat y dos años después tuvieron a Andrea.

Andrea tiene casi seis años y empieza a preguntar por los Reyes Magos... Alicia y César han decidido permitirle soñar un poco más. Al fin y al cabo, no habrá otro momento en su vida en que volar sea tan fácil, y la inocencia tan gratificante.

La Noche de Reyes Andrea se queda despierta junto a la ventana...