jueves, enero 27, 2005

Amores perros

Frente a la butaca de piel estaba su perra, mirándola fijamente. Ella leía a Neruda en voz alta. Hacía tiempo que no leía a Neruda. Y que no se sentaba en su butaca de piel. En realidad, hacía tiempo que no se sentaba tranquilamente frente a su perra.

Se quedó observándola un rato. El suficiente para descubrir cómo una lágrima resbalaba por la carilla del animal. Se sorpendió. Nunca antes la había visto llorar.

Permanecieron inmóviles largo rato, como tratando de encontrar algo cada una en la mirada de la otra. Impasibles, inmutables.

Ella ladró un beso, y le pidió que no se fuera nunca más.
Ella le acarició la cabeza y le prometió no hacerlo.

Nunca había creído en el amor eterno,pero aquella vez le salió de dentro.