lunes, mayo 02, 2005

Ciegos de remate

Somos ciegos muchas veces, o nos comportamos como tales. Tantas veces como días no hemos visto salir el sol o aparecer la luna ante nuestros ojos. Estamos ciegos y perdemos el tiempo preguntándonos dónde andarán las nubes o porqué las estrellas han dejado de brillar. No vemos el llanto de la persona amada o dejamos de ver la sonrisa de quien está lejos por no poderle tocar. Perdemos de vista el horizonte y nuestros sueños se esconden tras altas montañas de nostalgia o de tristeza. Es ciego el que no ve y el que no quiere ver, el que ve la vida pasar y no agarra fuerte las riendas. El que se esconde, el que calla, el que escucha sin oir o mira sin fijarse. Nos volvemos ciegos cuando amamos con locura y cuando lloramos, cuando tenemos delante a alguien especial y no valoramos sus ilusiones y formas de entender el mundo. Estamos ciegos de remate cuando no vemos nada más allá de un beso o una canción de amor, un poema o una lágrima. Cuando alguien nos mira a los ojos y no ve más que soledad o ira, también estamos ciegos.

Somos ciegos tantas veces, que empiezan a desaparecer los colores y matices, los trazos limpios y puros, las sombras, los brillos, los destellos y misterios de la luz. Y lo triste no es sólo que nos quedamos sin colores, sino que las personas se vuelven grises y contagian su forma de mirar sin ver, de tener sin ser, de vivir sin sentir nada. Se extiende la ceguera y nos quedamos a oscuras, perdiéndonos todas las cosas maravillosas que podríamos disfrutar con sólo abrir un poquito los ojos.