jueves, diciembre 09, 2004

Carmelo

Carmelo no quería crecer. No quería hacerse mayor, ni tener arrugas en la frente. No quería quedarse sentado en su sillón en las tardes de invierno, ni que nadie le ayudara nunca a subir al autobús. No soportaba que sonara el despertador por las mañanas. Lo escondía debajo de la cama hasta que su gato comenzaba a arañar la puerta de su cuarto y le obligaba a saltar de la cama para empezar un nuevo día.

No le gustaban las personas grises. Las personas que habían dejado de soñar o de volar en cada sueño. No entendía a aquéllos que no luchaban por lo que sentían, que se dejaban arrastrar por la marea de "sinsentidos" que los poderosos ponían al alcance de todos. No soportaba la violencia gratuíta o los anuncios sexistas que la televisión emitía en pleno siglo XXI. No creía en Dios ni en la sociedad. No toleraba a los intolerantes ni renunció jamás al amor.

Carmelo adoraba el circo, los malabaristas ambulantes, el teatro los martes por la tarde y el cine español. La buena música y la lectura tranquila. El helado de chocolate y el tiramisú. Los chupachups de fresas con nata y montar en bicicleta. No sabía decir que no a un paseo por el parque, a una conversación agradable o a un beso improvisado.

Carmelo adoraba la vida, pero odiaba la idea de hacerse mayor... Y, a sus 20 años, decidió no crecer más.