lunes, mayo 09, 2005

Con chocolate caliente, por favor...

Se levantó de un salto de la cama y miró a su alrededor. Era necesario empezar a poner un poco de orden. Comenzó por retirar los sueños rotos que tenía escampados sobre la mesa. Las cartas arrugadas, las fotos grises, cada uno de los besos que había ido depositando ahí cada noche con la esperanza de que algún día él fuera a recogerlos. Bajo la cama tenía desperdigados decenas de abrazos sin dueño, de colores y tamaños variados, que recogió con minucioso cuidado y depositó, bien doblados, en los cajones. Caricias de terciopelo asomaban por las puertas entreabiertas del armario, así que lo abrió de par en par dejando que se abalanzaran sobre ella y la tiraran al suelo. Tras revolcarse un rato sobre la alfombra de ternura se sentía un poco aliviada. Se preparó un zumo de pomelo y dejó correr el agua en la bañera. Un toque de canela y sales de fresa para endulzar su piel. Se llevó un par de libros al baño y pasó varias horas en remojo. Tuvo tiempo de repasar mentalmente la lista de las cosas que debía comprar: varios kilos de optimismo y sonrisas caramelizadas, velas de colores brillantes, un osito de peluche que supiera abrazar, spray anti-fantasmas y un par de baúles con candado para guardar todo aquello que le estorbaba.

Se situó frente al espejo y buscó sus pinturas de guerra. Ella no se maquilló, pero comenzó a dibujar sobre su imagen unas orejas de burro y una gran narizota de payaso, flores en el pelo y un ridículo cuerpecillo que recordaba al de una marioneta. Miles de estrellas iluminaban el cristal empañado y apenas quedaba espacio para verse reflejada. Se vistió y volvió a la habitación. Todo tenía un color diferente. El Sol se asomaba sonriente por la ventana y Fito cantaba mejor que nunca. Llenó varias bolsas con diapositivas desgastadas y recuerdos olvidados, sentimientos oxidados por las lágrimas y malos presagios. Guardó bien los besos y se aseguró de que las caricias y abrazos estuvieran en su sitio.

Salió a la calle y se detuvo frente al contenedor más próximo. Respiró hondo al tiempo que estrellaba con fuerza las bolsas contra el fondo y echó a andar con paso firme y decidido, sin volver la vista ni un instante, levantando bien la mirada hacia el cielo, como queriéndolo rozar con la punta de su nariz respingona. Ahora quedaba un poco menos por hacer. Se metió en una heladería de la plaza y, luchando contra su propia voz, pidió uno de esos helados que tanto le gustaban. Con cara inocente sonrió al camarero y añadió: "Con chocolate caliente, por favor..."