jueves, junio 09, 2005

El tren de las doce cuarenta

- Hasta que no llegue el juez no podemos hacer nada.
- ¿Qué quiere decir eso exactamente?
- Que hasta que no retiren el cuerpo la vía está cerrada y el tren retrasado.
- ¿Retrasado? ¿Cuánto? ¿Pero habrá tren o no?
- A ver señor, hay en estos momentos un cadáver obstaculizando las vías, a diez kilómetros de aquí, y hasta que no lo quiten, no sabremos nada.
- ¿Me devolverán el dinero?
- El siguiente por favor.
- Hola, buenas tardes, voy a Madrid.
- ¿Ha escuchado lo que le he dicho a este señor?
- Sí. No importa, esperaré.

Y así, uno a uno, van pasando por la ventanilla de la estación. La gente se pega a sus teléfonos móviles para comunicar a sus amigos y parientes el retraso. Fórmula general: "Nada, que un gilipollas se ha tirado a las vías y hasta que no lo quiten pues no podemos coger el tren. Espero que no tarden, o pondré una reclamación". Otra versión: "¿Tú te crees (risas)?, menudo imbécil (más risas). No tenía otro sitio mejor donde matarse... Se podía haber pegado un tiro y así por lo menos no jodía a nadie". Otros guardaban silencio, bien por no saber qué decir, bien porque preferían no pensar demasiado en el tema.

Hora y media más tarde, a las dos y diez, un autobús los lleva a la estación de Peñaranda, donde cogen el tren dirección Madrid. Elvira está sentada al final, mirando por la ventanilla. Piensa en si será la única con ganas de llorar, de levantarse y ponerse a insultar a esos insensibles y fríos compañeros de viaje. Mira a un lado y a otro, pero no encuentra ninguna mirada cómplice, ningunos ojos brillantes y tan perdidos como los suyos. Se seca las lágrimas en el puño de la chaqueta. "Ahora ya sé lo que habría pasado si anoche me hubiera dejado caer".