jueves, junio 02, 2005

La Besadora

- Cecilia, cariño, dile a mamá qué quieres ser de mayor.
- Besadora profesional.

Y todos quedaban sorprendidos y algo escandalizados. Cecilia tenía nueve años y muy clara su vocación.

Cecilia fue a un buen colegio, de monjas pero buen colegio. Le enseñaron a creer en Dios y en la Virgen, pero nunca consiguieron quitarle de la cabeza su peculiar idea.
Dejó el colegio con casi dieciocho años. Cuando tuvo que decidir qué carrera haría se planteó muchas cosas, perfectamente consciente de que no existía ninguna que le enseñara lo que ella quería aprender: todos los tipos de besos posibles, sus aplicaciones prácticas y los efectos que tenía en las personas. Finalmente se decidió por la Psicología, donde por lo menos podría descubrir otras cosas acerca del comportamiento sexual/sensual humano y la comunicación corporal.

Se dedicaba a recorrer locales y parques observando a las parejas de enamorados y aspirantes a serlo, a niños, jóvenes adolescentes hiperhormonados, adultos y ancianos. Estudiaba con detalle cada movimiento, cada aproximación entre los cuerpos, y lo anotaba todo en una libretita de color azul que siempre llevaba en el bolso. Hacía dibujitos de cabezas enroscadas y lenguas enlazadas y anotaba al margen de cada explicación los detalles que más le llamaban la atención de todo el proceso. Hizo algunos descubrimientos interesantes que, por supuesto, llegado el momento, puso en práctica. Primero observó que podía diferenciar los tipos de besos en función de varias cosas: La intensidad, la duración y la forma. Después relacionó estas variables con el grado de confianza, compromiso e intimidad (los componentes del amor según Stenberg) que mostraban los sujetos. Evidentemente, la principal dificultad con la que se encontró Cecilia fue que al tratarse de experimentos de campo, sin el conocimiento y/o consentimiento de los participantes, cualquier conclusión que extrajera no pasaría de ser una simple observación interpretada desde sus esquemas mentales o, como mucho, una experiencia subjetiva propia.

A pesar de todo, ella continuó anotando en su libreta cada uno de sus hallazgos: Las personas que se miran mucho a los ojos entre beso y beso, que los cierran al besar, que despiden ternura y cariño en cada gesto de aproximación, que se tocan, se acarician la nuca o el cabello, parecen parejas estables, afianzadas, basadas en el sentimiento. Sus besos son dulces y lentos, pausados y presurosos de repente, como impulsivos. La secuencia varía y nunca se sabe cómo acabará.

Las personas que besan evitando cualquier contacto ocular, que apenas rozan el cuerpo del otro o lo agarran con fuerza sin sentirlo, no son pareja o, como poco, no pretenden transmitir absolutamente nada. Sus besos no expresan más que un deseo vacío o la necesidad fisiológica de establecer un contacto físico con alguien. Los besos no son más que el preámbulo para el acto sexual.

Cecilia nunca había tenido una pareja estable, pero había experimentado sus teorías con cada uno de los hombres que fueron pasando por su vida. Luis estaba enamorado de ella. La besaba rozando sus labios, jugando con ellos, la miraba a los ojos y le acariciaba el rostro, el pelo. Cuando hacían el amor, los besos no cesaban, las miradas cómplices tampoco. El ritmo y la intensidad variaba, pero siempre decían algo. Javi no sentía nada por ella, pero le atraía físicamente. Se besaban en los portales, en la calle, en los bares, se comían la boca de manera impulsiva y escandalosa, hasta que llegaban a casa y ella le daba las buenas noches sin dejarle subir. Sergio era un amigo de toda la vida, se querían mucho pero nunca se atrevieron a decirlo. Se limitaban a devorarse con los ojos, a rozarse cuando nadie miraba, a robarse besos inocentes bajo la excusa del alcohol, la aflicción o los nervios. Dormían juntos a veces, se acariciaban la espalda, pero sus besos nunca fueron más allá y poco pudo sacar en claro de aquella experiencia.

Cecilia acabó la carrera y se puso a trabajar en una Agencia Matrimonial. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero tiene las estanterías de su casa repletas de libretas de colores con anotaciones y dibujos sobre las miles de maneras en que ha besado y ha sido besada.