sábado, junio 18, 2005

Sin Luz

La tenía guardada en una caja. Una caja de color violeta escondida en su habitación, entre las cortinas verdes y la ventana que daba al parque. Un espacio cúbico con olor a fresas y a champán. Con algunos agujeritos por los que podía asomar su tristeza hacia los árboles de fuera y recoger los caramelos de melón que él le daba todos los días. Un espacio perfectamente diseñado con hilo musical y lectura de cuentos vespertinos, con canciones de amor y conciertos en directo desde la otra parte del cartón. Una vez abrió la caja, pero ella se escapó y tardó algún tiempo en volver, no se sabe si por las canciones, los caramelos o el olor a champán, pero volvió y de nuevo la caja. Él le añadió unas finas paredes de cristal, adornadas con flores y cuadros hermosos. Dibujó estrellas en la parte superior y le prometió llevarla a ver la Luna. Nunca la llevó. La mantuvo en la urna cuidadosamente decorada hasta que un día ella consiguió escapar y nunca regresó. No quería flores, caramelos, luna ni fresas, sino que su voz no se apagara con el eco de las paredes que la atrapaban.
Él nunca lo entendió. Tenía apenas doce años y le costó otros doce olvidarse de su gata Luz.