martes, febrero 28, 2006

Te recuerdo

Te recuerdo. Los ojos abiertos como platos, esperando que surgieran esas palabras que tanto asustan y gustan, que emborrachan y drogan. Los dedos cruzados en la espalda, deseando fuerte (la iaia Rosario aseguraba que eso siempre funciona) que las luces se apagaran de repente y la música recorriera toda la estancia, elevándose al paso de los corazones que al trote, acabarían postrándose a los pies del que mira, del que escucha expectante, para jurarse amor eterno y echar a volar, tal vez al País de Nunca Jamás.

Claro que te recuerdo, haciendo nudos en tu pelo mientras le mirabas desde lejos y soñabas con su abrazo, con viajes fantásticos en alfombras voladoras o carros tirados por corceles blancos. Tus noches planeando encuentros imaginarios, declaraciones de amor en forma de canción, de poema o de notita anónima. Tus paseos por la playa, inventando escenas de película, abrazos infinitos y juegos en la arena (puede que fueras demasiado joven para que fuesen en la cama). Recuerdo tu primer beso, la algarabía que te inundaba durante días si le veías, si él te regalaba una caricia por sorpresa, te dejaba una flor en el buzón, un osito de gominola sobre la mesita de noche, o un simple papel diciéndote lo hermosa que eras o lo feliz que se sentía al despertar a tu lado (puede que aquí ya no fueras tan pequeña).

Sí, también recuerdo el nudo de tu estómago, las lágrimas asomando a tus abismos, los sueños estampados contra las paredes de tu cuarto, la desilusión desperdigada por el suelo, las ganas de esconderte bajo las sábanas y el odio hacia los cuentos de hadas y las historias de amor con final feliz... Recuerdo cómo se derrumbaba el castillo ante tus ojos sin poder hacer nada cuando descubrías que él no sentía lo mismo, que el miedo le impedía sentirlo, o cuando la realidad te demostraba una y otra vez que hay personas que no saben, ni quieren, entender o vivir el amor como tú.

Claro que te recuerdo, quemando cartas y retazos de amores truncados, arruinados por la desidia o la mentira, por la ira o la desconfianza, enterrando sentimientos bajo las baldosas de la cocina y escondiéndote en el baño para llorar después de verle con otra, escuchar vuestra canción o , simplemente, recordarle. Te recuerdo arrojando maldiciones al cielo y jurando que nunca volverías a enamorarte, una y otra vez.

Pero niña, ¿Te recuerdo las veces que rompiste tu promesa, que te enamoraste de nuevo. Las veces, tantas veces, que fuiste feliz en lugares que jamás imaginaste? Te recuerdo que ha pasado mucho tiempo, que la lluvia ha ido calando y los sueños cambiando, transformándose en estrellas que hoy alumbran las noches despejadas. Te recuerdo que, aunque a veces quedes lejos, ingenua e inocente para muchos, romántica y cursi para otros, sigues siendo la niña que me enseñó a sentir, la princesa que me regaló tantos momentos mágicos que no cabrían en mil desgracias, en mil fracasos. La dulce niña que resiste las tormentas bajo esta armadura que aprieta y quema, la que ahuyenta al miedo y los fantasmas disfrazados de abogados, doctores o payasos.

Te recuerdo que eres la niña que me salva del triste final de la desilusión crónica y la visión obtusa y monocromática de la vida. Así que no me jodas, y vuelve a tu sitio, porque no pienso salir corriendo detrás tuya.

(PD: Porque aunque a veces parezca lo contrario, la felicidad está a la vuelta de la esquina, y el amor también, ergo mejor tener los brazos bien abiertos).