sábado, junio 18, 2005

Sin Luz

La tenía guardada en una caja. Una caja de color violeta escondida en su habitación, entre las cortinas verdes y la ventana que daba al parque. Un espacio cúbico con olor a fresas y a champán. Con algunos agujeritos por los que podía asomar su tristeza hacia los árboles de fuera y recoger los caramelos de melón que él le daba todos los días. Un espacio perfectamente diseñado con hilo musical y lectura de cuentos vespertinos, con canciones de amor y conciertos en directo desde la otra parte del cartón. Una vez abrió la caja, pero ella se escapó y tardó algún tiempo en volver, no se sabe si por las canciones, los caramelos o el olor a champán, pero volvió y de nuevo la caja. Él le añadió unas finas paredes de cristal, adornadas con flores y cuadros hermosos. Dibujó estrellas en la parte superior y le prometió llevarla a ver la Luna. Nunca la llevó. La mantuvo en la urna cuidadosamente decorada hasta que un día ella consiguió escapar y nunca regresó. No quería flores, caramelos, luna ni fresas, sino que su voz no se apagara con el eco de las paredes que la atrapaban.
Él nunca lo entendió. Tenía apenas doce años y le costó otros doce olvidarse de su gata Luz.

jueves, junio 16, 2005

Cosas que pasan

- Sí, me acosté con Rubén. Y no sólo eso, sino que además me gustó.

Le asestó seis puñaladas en el pecho, tratando de atravesar su corazón de la misma manera en que ella acababa de atravesar el suyo. No hubo gritos, ni llantos, ni súplicas de perdón. Ella sabía cómo reaccionaría él y él sabía que ella no gritaría. Siempre habían sido una pareja muy compenetrada.

martes, junio 14, 2005

Hombre en la playa

Se está poniendo el sol y en la playa sólo estamos tú y yo. Tú, dibujando corazones en la arena con la punta del pie descalzo. Yo, dibujando soles en los bordes de mi cuaderno de dibujo. Tú, lanzando conchas al mar. Yo, lanzando suspiros al aire.

Se está poniendo el sol y ya hay un final escrito para esta historia. Te invitaría a pasear, pero entonces probablemente todo acabaría como suelen acabar estas cosas, y mañana he de madrugar, trabajar, ir a ver a mi madre, a mi esposa o cualquier otra excusa que se me ocurra. Te dejaría en tu cama medio desnuda y no nos volveríamos a ver. No, mejor no te digo nada. Tú sigues dibujando corazones mientras imaginas finales felices y yo guardo mi cuaderno y me voy donde la cabeza no impida a mi pene pensar por sí mismo.

jueves, junio 09, 2005

El tren de las doce cuarenta

- Hasta que no llegue el juez no podemos hacer nada.
- ¿Qué quiere decir eso exactamente?
- Que hasta que no retiren el cuerpo la vía está cerrada y el tren retrasado.
- ¿Retrasado? ¿Cuánto? ¿Pero habrá tren o no?
- A ver señor, hay en estos momentos un cadáver obstaculizando las vías, a diez kilómetros de aquí, y hasta que no lo quiten, no sabremos nada.
- ¿Me devolverán el dinero?
- El siguiente por favor.
- Hola, buenas tardes, voy a Madrid.
- ¿Ha escuchado lo que le he dicho a este señor?
- Sí. No importa, esperaré.

Y así, uno a uno, van pasando por la ventanilla de la estación. La gente se pega a sus teléfonos móviles para comunicar a sus amigos y parientes el retraso. Fórmula general: "Nada, que un gilipollas se ha tirado a las vías y hasta que no lo quiten pues no podemos coger el tren. Espero que no tarden, o pondré una reclamación". Otra versión: "¿Tú te crees (risas)?, menudo imbécil (más risas). No tenía otro sitio mejor donde matarse... Se podía haber pegado un tiro y así por lo menos no jodía a nadie". Otros guardaban silencio, bien por no saber qué decir, bien porque preferían no pensar demasiado en el tema.

Hora y media más tarde, a las dos y diez, un autobús los lleva a la estación de Peñaranda, donde cogen el tren dirección Madrid. Elvira está sentada al final, mirando por la ventanilla. Piensa en si será la única con ganas de llorar, de levantarse y ponerse a insultar a esos insensibles y fríos compañeros de viaje. Mira a un lado y a otro, pero no encuentra ninguna mirada cómplice, ningunos ojos brillantes y tan perdidos como los suyos. Se seca las lágrimas en el puño de la chaqueta. "Ahora ya sé lo que habría pasado si anoche me hubiera dejado caer".

jueves, junio 02, 2005

La Besadora

- Cecilia, cariño, dile a mamá qué quieres ser de mayor.
- Besadora profesional.

Y todos quedaban sorprendidos y algo escandalizados. Cecilia tenía nueve años y muy clara su vocación.

Cecilia fue a un buen colegio, de monjas pero buen colegio. Le enseñaron a creer en Dios y en la Virgen, pero nunca consiguieron quitarle de la cabeza su peculiar idea.
Dejó el colegio con casi dieciocho años. Cuando tuvo que decidir qué carrera haría se planteó muchas cosas, perfectamente consciente de que no existía ninguna que le enseñara lo que ella quería aprender: todos los tipos de besos posibles, sus aplicaciones prácticas y los efectos que tenía en las personas. Finalmente se decidió por la Psicología, donde por lo menos podría descubrir otras cosas acerca del comportamiento sexual/sensual humano y la comunicación corporal.

Se dedicaba a recorrer locales y parques observando a las parejas de enamorados y aspirantes a serlo, a niños, jóvenes adolescentes hiperhormonados, adultos y ancianos. Estudiaba con detalle cada movimiento, cada aproximación entre los cuerpos, y lo anotaba todo en una libretita de color azul que siempre llevaba en el bolso. Hacía dibujitos de cabezas enroscadas y lenguas enlazadas y anotaba al margen de cada explicación los detalles que más le llamaban la atención de todo el proceso. Hizo algunos descubrimientos interesantes que, por supuesto, llegado el momento, puso en práctica. Primero observó que podía diferenciar los tipos de besos en función de varias cosas: La intensidad, la duración y la forma. Después relacionó estas variables con el grado de confianza, compromiso e intimidad (los componentes del amor según Stenberg) que mostraban los sujetos. Evidentemente, la principal dificultad con la que se encontró Cecilia fue que al tratarse de experimentos de campo, sin el conocimiento y/o consentimiento de los participantes, cualquier conclusión que extrajera no pasaría de ser una simple observación interpretada desde sus esquemas mentales o, como mucho, una experiencia subjetiva propia.

A pesar de todo, ella continuó anotando en su libreta cada uno de sus hallazgos: Las personas que se miran mucho a los ojos entre beso y beso, que los cierran al besar, que despiden ternura y cariño en cada gesto de aproximación, que se tocan, se acarician la nuca o el cabello, parecen parejas estables, afianzadas, basadas en el sentimiento. Sus besos son dulces y lentos, pausados y presurosos de repente, como impulsivos. La secuencia varía y nunca se sabe cómo acabará.

Las personas que besan evitando cualquier contacto ocular, que apenas rozan el cuerpo del otro o lo agarran con fuerza sin sentirlo, no son pareja o, como poco, no pretenden transmitir absolutamente nada. Sus besos no expresan más que un deseo vacío o la necesidad fisiológica de establecer un contacto físico con alguien. Los besos no son más que el preámbulo para el acto sexual.

Cecilia nunca había tenido una pareja estable, pero había experimentado sus teorías con cada uno de los hombres que fueron pasando por su vida. Luis estaba enamorado de ella. La besaba rozando sus labios, jugando con ellos, la miraba a los ojos y le acariciaba el rostro, el pelo. Cuando hacían el amor, los besos no cesaban, las miradas cómplices tampoco. El ritmo y la intensidad variaba, pero siempre decían algo. Javi no sentía nada por ella, pero le atraía físicamente. Se besaban en los portales, en la calle, en los bares, se comían la boca de manera impulsiva y escandalosa, hasta que llegaban a casa y ella le daba las buenas noches sin dejarle subir. Sergio era un amigo de toda la vida, se querían mucho pero nunca se atrevieron a decirlo. Se limitaban a devorarse con los ojos, a rozarse cuando nadie miraba, a robarse besos inocentes bajo la excusa del alcohol, la aflicción o los nervios. Dormían juntos a veces, se acariciaban la espalda, pero sus besos nunca fueron más allá y poco pudo sacar en claro de aquella experiencia.

Cecilia acabó la carrera y se puso a trabajar en una Agencia Matrimonial. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero tiene las estanterías de su casa repletas de libretas de colores con anotaciones y dibujos sobre las miles de maneras en que ha besado y ha sido besada.