lunes, enero 31, 2005

La princesa y la doncella

En el "País de las Maravillas" ella era la princesita del cuento.

Sus padres le habían dado una buena educación para que el día de mañana pudiera seguir sus pasos. Se lo dieron todo y mucho más. No sé bien cuando empezaron a torcerse las cosas. No sé si decidió por voluntad propia abandonar los preceptos que ellos le habían inculcado o se vio arrastrada por alguna extraña fuerza a perderse en el egoísmo, el orgullo, el racismo, la arrogancia, la prepotencia y un sinfín de cualidades que la caracterizaban, pero el caso es que, fuere como fuere, las había aprendido muy bien, y en su país no lo sabían.

Un día, como todo hijo de vecino, tuvo que abandonar aquel cómodo lugar para formar parte del mundo real, para adentrarse en la jungla de asfalto que sería su hogar mientras siguiera estudiando. Conoció a todo tipo de personajes fantásticos, desde brujas con pelos de colores (a las que odió desde el primer día por feas), hermosas princesitas (a las que odió desde el primer día por guapas) y curiosos enanitos saltarines (a los que odió desde el primer día por bajitos), hasta hadas y elfos juguetones y simpáticos de todas las dimensiones y colores (a los que odió desde el primer día por ser diferentes a ella). Se encerraba en su fortaleza y sólo salía para alimentarse de almas gentiles y príncipes azules. Atacaba y pisoteaba a todo aquel que le llevara la contraria o no le hiciera los honores que ella merecía.

El primer año le fue bien. Los habitantes del lugar la temían, y eso le hacía sentir poderosa y fuerte. Se codeó con la élite y juntos planearon comerse el mundo, pero el segundo año tuvo que partir (las causas son irrelevantes para este cuento) a una nueva aldea. Sus padres se lo pusieron fácil (por amor, claro) y le regalaron un castillo enorme y precioso para ella sola. Un palacio donde sólo tenía que preocuparse de mirarse al espejito mágico todos los días y adorarse cada día un poco más, mientras sus criados limpiaban y los príncipes más altos y más guapos de los alrededores le hacían la corte. Ese año también le fue bien.

Pero el tercer año (por motivos que también son irrelevantes) las cosas cambiaron. Tuvo que abandonar su hermoso palacio para instalarse en un piso, a las afueras del centro. No le hacía gracia la idea. Pronto apareció el primer problema, una compañera de piso. Una plebeya medio hippie de una aldea lejana que adoraba a las brujas, a los enanitos saltarines, a las princesas encantadas, a las hadas y a los elfos. Y aunque no le gustaban los ogros, los príncipes azules o las princesas presumidas y arrogantes, trataba de no inmiscuirse en la vida de nadie. No era una doncella esbelta, ni guapa, ni especialmente ordenada o responsable, pero llevaba años deambulando por lugares diferentes y nunca había sido excesivamente problemática.

Las primeras semanas se entendían, incluso, contra todo pronóstico, empezaron a compartir ciertas historias y anécdotas. Pero pronto surgieron los malentendidos, las rivalidades y los desplantes. La doncella mantuvo la calma, hasta el punto de permitirle a la princesa ciertos desaires y comentarios despectivos sobre su familia, sus amigos o su estilo de vida. No quería batallas campales en su propia casa, por lo que más de una vez intentó hablar con ella obteniendo por respuesta indiferencia y altanería desmedida. La princesa se recluía en sus aposentos día tras día, mirándose el ombligo frente a su querido espejo. Se escurría por los pasillos sin hacer ruido y sólo de vez en cuando se dignaba a dirigir la palabra a la plebeya para darle órdenes o acusarla de robar comida de la gran despensa. La doncella, cansada de las tonterías, un día se alzó en armas y atrincheró su cuarto, a la espera de cualquier señal que diera paso a la batalla final.

La princesa marchó unos días a su país, desde donde movilizó a altos mandos del ejército de tierra para asediar la casa y conseguir echar a la joven. Planeó la estrategia perfecta para ello y la llevó a cabo con minucioso cuidado. Pero la doncella no se rindió jamás, siguió defendiendo batalla tras batalla sus principios y su dignidad.

La princesa, angustiada por su falta de control sobre la situación, por el poco valor que ahora tenían su hermosura, su arrogancia, su orgullo, su dinero o su casta noble, se encerró en su dormitorio y no salió durante semanas...

Y así fue como la princesita del País de las Maravillas descubrió que en el mundo real hay lugar para todos y que ella no era mejor que nadie. Y la doncella aprendió que cada persona tiene su historia y que no vale ser siempre la buena del cuento...

A día de hoy, todavía pueden escucharse algunos cañonazos en mitad de la noche...

(PD: Por supuesto, que ni la princesa era tan mala ni la doncella tan buena...)

domingo, enero 30, 2005

Abismos invisibles

El hombre azul se sentó en la barandilla de metal, con los pies colgando y los brazos extendidos hacia arriba, como queriendo atrapar el cielo. Una muchacha gris se acercó y le dijo que no se tirara porque la vida merecía la pena, que ella nunca lo haría. Él no contestó y ella, en apenas unos minutos, le había contado todas sus desgracias y desdichas. Ahora la muchacha parecía desconsolada. Él la abrazó y le contó lo bella que era la vida. La invitó a acompañarle en su viaje imaginario. Se sentaron los dos sobre la barandilla de metal, con los brazos bien extendidos hacia arriba, y juntos, atraparon el cielo durante unos instantes.

Se despidieron y jamás volvieron a verse, pero ahora, cada vez que la muchacha se siente triste, se sienta al borde de su abismo y estira los brazos, y atrapa el cielo en un viaje imaginario que no tiene fin.

El hombre azul sigue visitando cada barandilla, a la espera de alguna persona gris que todavía no sepa volar. Y recuerda cada visitante y sus viajes. Y a veces, muchas veces, se siente solo.

(Porque las personas azules existen y las grises también)

sábado, enero 29, 2005

Cosas que me gustan

Me gusta leer. Escribir y compartir mis pensamientos con quien le guste escucharlos y discutirlos. Me gusta dormir y comer bien. Retozar en la cama la primera media hora del día mientras Sabina me recuerda los más de cien motivos para seguir vivos. Me encanta pasear y descubrir rincones mágicos, que me lean cuentos y me lleven al circo o a la feria. Me gusta que me miren a los ojos, que me sonría un niño que me cruzo por la calle o me regalen flores porque sí. Que me cojan de la mano al caminar, o en el cine. Que me besen durante horas y perdamos la noción del tiempo. Adoro los detalles y el tiramisú. Las noches interminables a la luz de las velas. Los conciertos y el teatro. Me gustan las mujeres y el lado femenino de los hombres. Los gatos y la lluvia. Que me digan que me quieren, me abracen y me mimen. Me gusta no tener miedo, ser yo misma todo el tiempo. Arrancar sonrisas y sueños. Experimentar con los míos. Regalar chocolatinas y besos. Me gusta dormir abrazada a él (o en su defecto a la almohada) y que me despierte el sol en la cara y un "buenos días, princesa" al oido (esto último todavía no he conseguido enseñárselo a mi almohada). Salir a la calle de día y volver por la noche. Aprovechar el tiempo. Me gusta el chocolate en todas sus modalidades. Los baños eternos con espuma y música de fondo. Bailar durante horas. Estar rodeada de gente a la que adoro. Hablar, discutir y aprender de todo. Descubrir cosas nuevas y enamorarme de la vida cada día. Regalar libros. Viajar de un lado al otro del mundo. Conocer formas diferentes de ver la vida y contrastarlas. Mejorar. Crecer. Me gustan las personas con carácter y decisión. Apasionadas, espontáneas y rebeldes (pero con causa), sinceras y claras, que no se andan con rodeos. Me gusta que me hagan rabiar y que me hagan reir. Que me recuerden lo bella que es la vida cuando se me olvida. Me gustan los cuentos con final feliz y las películas españolas. El rock y las canciones que hablan de ti y de mi. Me gusta el vino tinto, la cerveza rubia y el ron con coca-cola. Andar descalza por la arena y por el césped. Me gusta poner bandas sonoras a mi vida. Bajar las escaleras de dos en dos y que me lleven en brazos a la cama. Me gusta coleccionar recuerdos y llenar las paredes de ilusiones en forma de fotografías. Elaborar un álbum de mi vida y soñar con compartirlo algún día con alguien. Me gustan las sorpresas, los trucos de magia y las locuras a cualquier hora del día. Me gustan todas las cosas que me hacen sonreir y ponen un toque de color en mi vida.

Pero lo que más me gusta, es compartir todo lo que me gusta con las personas a las que quiero.


viernes, enero 28, 2005

Hoy

Hoy es uno de esos días en que el tiempo me ha robado las horas y me ha llevado hasta ti.
He pasado el día entero entre tus brazos. Hemos paseado, reido, llorado, cantado, y todas esas cosas que acaban en -ado que tanto nos gustan.
Hemos hecho el amor y me has llevado vino a la cama y chocolate a los labios.
Me has susurrado al oido cuánto me amas y te he confesado que yo también me muero por ti.
Mahler compuso una sinfonía para nosotros y no deja de sonar...
Hoy es uno de esos días en que hemos vuelto a ser uno siendo mucho más que dos.

La pena es que no hayas podido venir.

jueves, enero 27, 2005

Amores perros

Frente a la butaca de piel estaba su perra, mirándola fijamente. Ella leía a Neruda en voz alta. Hacía tiempo que no leía a Neruda. Y que no se sentaba en su butaca de piel. En realidad, hacía tiempo que no se sentaba tranquilamente frente a su perra.

Se quedó observándola un rato. El suficiente para descubrir cómo una lágrima resbalaba por la carilla del animal. Se sorpendió. Nunca antes la había visto llorar.

Permanecieron inmóviles largo rato, como tratando de encontrar algo cada una en la mirada de la otra. Impasibles, inmutables.

Ella ladró un beso, y le pidió que no se fuera nunca más.
Ella le acarició la cabeza y le prometió no hacerlo.

Nunca había creído en el amor eterno,pero aquella vez le salió de dentro.


miércoles, enero 26, 2005

Pequeños Milagros

Lo has vuelto a hacer!
Has vuelto a emplear tus poderes mágicos para cumplir mi deseo, para hacer realidad la ilusión de la niña que llevo dentro.
Anoche te dije que quería que nevara, que deseaba ver la nieve. Y ahora está nevando!
Algún día me tendrás que contar el truco... O no, mejor no. Ya sabes que siempre me gustó creer en la magia.
Ahora saldré a la calle a mezclarme con ella.
Tú también lo harás, estés donde estés.
Y pasearemos juntos hasta que el frío nos cale tan hondo que tengamos que abrazarnos muy muy fuerte para sobrellevarlo.

Una vez más, hiciste un milagro y me regalaste un tesoro. Gracias.

(PD: Dos deseos cumplidos en apenas unas horas... Hoy todo saldrá bien)

(PD2: Absténganse de hacer comentarios todos aquellos que:
- No crean en los milagros.
- No crean en la magia.
- No crean en los sueños.
- Los anti-románticos-chafa-ilusiones.
- Los que pretendan darme lecciones de "Ciencias Naturales".
- Los metereólogos radicales. )

martes, enero 25, 2005

Un beso

Así acababa su carta. Un beso de color rojo sangre al final de unas lineas torcidas y con demasiado sentido. Un beso y el sabor amargo que se queda en los labios después de leerlo en voz alta. Unas palabras que entumecían el alma con solo mirarlas.

Se había levantado con la sensación de que sería un buen día. Se había puesto su vestido nuevo de tirantes rojos y había salido a la calle con su portátil y sus libros bajo el brazo. Hoy cerraba el negocio con la agencia de Nueva York, y todo saldría según lo previsto. Con ese vestido y esa sonrisa nada podía salir mal. Cruzó la Avenida Torres y llegó a la plaza, donde compró el periódico y comenzó a ojearlo mientras caminaba. Llegó al Café Amsterdam y se sentó en la terraza a leerlo detenidamente. El camarero le sirvió un zumo de naranja y una mirada descarada hacia el escote. Ella le pagó el zumo y le dejó una sonrisa de propina. Llegó a la oficina y saludó a todo el mundo como de costumbre. En su despacho la esperaban ya los Srs. Dallen, dispuestos a cerrar el trato. Al cabo de dos horas el contrato estaba firmado y el éxito asegurado para las partes.

Comió en el bar de siempre, ensalada y un trozo de tarta. Pidió una copa de champagne y un café. A las tres de la tarde ya estaba en casa, sumergida en un baño de espuma y sales de vainilla, recapitulando punto por punto el compromiso que acababa de asumir. Lo había pensado mucho y sabía que era la mejor opción. Su avión salía a las siete y no pensaba hacer equipaje, así que aún tendría tiempo de dar un paseo y comprar un par de libros. Por el camino, se detuvo ante el portalón de madera y escurrió un papel por la rendija del buzón.

Llegó a casa a las once de la noche, cansado y fatigado por un duro día en el trabajo. Había conseguido un contrato muy importante con Tokyo y se sentía orgulloso. Pero un dolor punzante se había instalado en su estómago a las tres de la tarde y todavía le acompañaba. Últimamente sus nervios andaban algo más mareados que de costumbre. Recogió su correspondencia y subió las escaleras mientras pasaba, una por una, las cartas del banco, de una a otra mano.

Un folio doblado cayó al suelo mientras él seguía subiendo. Al llegar a casa se preparó un baño caliente y repasó mentalmente la estrategia que seguiría al día siguiente cuando llamara por fin a Natalie. Había decidido intentarlo. Se quedó dormido justo en el momento en que ella le abrazaba.

A la mañana siguiente un niño encontró el folio en el portal. Lo recogió y lo leyó en voz alta mientras caminaba hacia la escuela.

"Mario, me voy de la ciudad. Me ha costado un poco pero al final me he decidido. Han pasado meses desde que nos dijimos lo que sentíamos en aquella vieja cafetería, pero nunca se volvió a hablar. Me pregunto si habría cambiado algo, pero ahora ya no importa. Empiezo una nueva vida, lejos de aquí. Natalie.
Un beso"

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Hizo una pelota de papel y le dió un puntapié.


(PD: ¿Impaciencia? ¿Hastío? ¿Abandono? ¿Egoísmo? ¿Independencia? ¿Valentía? ¿Seguridad? ¿Cobardía? ¿Victoria o fracaso?... "todo es del color según con que se mire")

lunes, enero 24, 2005

Mala porque me da la gana

El día que hizo su último examen de fin de carrera, llevaba puesta junto al bolsillo de la chaqueta, una chapa de color rojo en la que ponía claramente: "Mala porque me da la gana".
El día que aprobó el MIR, también la llevaba y, por supuesto, el día que entró a trabajar en aquel gran hospital y estrenó su bata blanca, colocó justo al lado de su nombre bordado aquella chapita de color rojo que decía "Mala porque me da la gana".

Como era de esperar, pronto fue llamada a hablar con el director del centro, pues en todas las plantas del hospital se hablaba de ella ya en su primera semana. En un principio, ella se alarmó, pero en cuanto supo cual era el motivo de su requerimiento se tranquilizó.

Entró en el despacho a las 16:03, nada más empezar su turno de tarde. Llevaba unos vaqueros algo desgastados, unas deportivas y la bata blanca bien blanca y bien planchada. Y junto al nombre que su madre le había bordado al lado izquierdo de la misma, su chapa roja. Él la invitó a sentarse y ella le contestó que le gustaba estar de pie. Él se levantó y comenzó su discurso mientras caminaba lentamente de un lado a otro del despacho: "¿Cuántos días lleva trabajando aquí, señorita?... ¿usted ha visto que alguien lleve "chapitas" de colores en sus batas?... ¿considera seria su actitud?... Imagino que no querrá empezar su estancia con mal pie..." Ella aguantó todo lo que pudo, pero en un descuido fue incapaz de contenerse y le sacó la lengua poniendo una mueca. Él se quedó mirándola, indignado primero, sorprendido después y fascinado unos segundos más tarde. No supo qué decir. Ella le volvió a sacar la lengua y le sonrió, esta vez ladeando su cabeza hacia un lado mientras levantaba las manos como las levanta una niña que intenta decir algo así como "yo no he sido". No pudo más que devolverle la sonrisa y quedarse nuevamente callado. Ella se dio la vuelta y se marchó por donde había entrado.

Eran las 16:13 y había arrancado ya 2 sonrisas.



domingo, enero 23, 2005

Mucho más sencillo...

No buscaba poemas en sus palabras, ni pétalos en su piel. No veía océanos en sus ojos ni soñaba con naufragar hasta su orilla. No anhelaba latidos ni caricias en el silencio de sus noches. No se perdía entre los entresijos de sus lágrimas ni acercaba las suyas. No sentía vacíos interiores ni necesidad de rozar sus sueños. No indagaba en sus delirios ni hacía preguntas. No mareaba los minutos ni perdía las horas desbaratando teorías o hipótesis nulas. No congelaba su sonrisa ni buscaba sus labios mientras dormía. No esperaba con ansia el momento de encontrarse frente a su alma desnuda. No necesitaba subterfugios para esconderse o huir, ni siquiera para "no estar". No caminaba deprisa ni despacio. No volaba en su misma dirección. No recordaba nada que no quisiera recordar ni inventaba encuentros futuros. No hablaba de nostalgias ni de ilusiones comunes. No mentía ni engañaba a nadie. No confundía las cosas ni luchaba contra sí mism@. No tenía miedo ni prisa por llegar a ninguna parte. No estaba inmóvil al borde del camino, ni quería con desgana.

Simple y llanamente, no estaba enamorad@.

(Porque a veces las cosas son mucho más sencillas de lo que pensamos o nos gustaría pensar)

sábado, enero 22, 2005

Pequeñas diferencias

Nada, no hay manera. Se ha propuesto sacarme de mis casillas. No me escucha, ni me hace caso, ni siquiera me habla. No me entiende... La miro y le pregunto nerviosa si ha dejado de quererme o es que se ha declarado en huelga... Pero nada. Parece que hoy no tiene ganas de ver a nadie...
Y el caso es que yo muchas veces tampoco la entiendo a ella. No entiendo cómo hace para almacenar tanta información, para quedarse con todo. Para recordarme cuando menos me lo espero el día aquel en que me fijé en ella por primera vez, las risas que nos echamos aquella noche en que por fin nos conocimos, en la que empezamos a intimar, los momentos que hemos compartido ya... No entiendo cómo es capaz de mantener intacta la sonrisa que le regalaste, o la mirada que le delató... Tantos paseos y cervezas compartidas, y ahora, de repente, parece que estamos hechas de diferente pasta...
Tendré que sentarme frente a ella a hacer las paces y firmar una tregua: Yo te trato con cariño y tú me retratas con amor.

Y es que mi cámara nueva y yo, aún nos estamos conociendo...

viernes, enero 21, 2005

Volvió...

Volvió a llorar. Vertió su rabia sobre el papel y difuminó cada palabra con su llanto envenenado.
Volvió a llorar y se arrepintió del tiempo perdido, de las frases inacabadas y los silencios infinitos.
Volvió a perder la risa y los días felices, las horas del recreo y las montañas rusas.
Volvió a disculparse a gritos y a perderse entre las miradas de quienes la apartaron de sus vidas por ser "imperfecta".
Volvió a las noches en vela y a los cuentos sin final feliz. A los días interminables y los relatos oscuros.
Volvió a esconderse en el regazo de quien le dio la vida para apagarse en él.
Volvió a olvidar el color de los sueños y el sabor de los besos.
Volvió a caer rendida a la desesperanza y la tristeza.
Volvió a ahogarse en su pozo de desdichas y diagnósticos médicos, de los "toques de queda" y las "guerras frías".
Volvió a su lecho solitario a rescatar algún aliento de vida y lloró hasta que su pecho quedó libre de penurias, y su vida, de desgracias.

Y yo, sin poder hacer nada...

(PD: Hoy caí en picado desde mi mundo de ilusiones para reencontrarme con la cruda e injusta realidad. Impotencia, rabia, tristeza... Y la única esperanza de que todo salga bien...)

jueves, enero 20, 2005

El Loco

Brilla el sol ahí fuera.
Sale corriendo en su busca y extiende los brazos con fuerza.
Todos le miran y piensan que está loco.
Él, tranquilamente, se tumba en medio de la plaza y respira hondo.
No ha reparado en ninguna de las medias sonrisas, ni en las miradas sorprendidas.
Pasados unos minutos se levanta y continúa su camino.
Ahora nadie le mira.
Pasea invisible entre la muchedumbre de sombras que apagan el día conforme pasan las horas.
Pero él ya ha tenido su instante de gloria.

miércoles, enero 19, 2005

Un alto en el camino

STOP.
Esto no es un campo de batalla. No es el lugar donde dejar caer juicios pesados e infundados, órdenes tajantes o ataques directos contra alguien. NO. No es el escaparate delante del que comentas con una amiga lo mono o lo hortera que es ese vestido rojo. Es mucho más que eso para mi. Es una ventana a mi mundo, a mi forma de ver la vida y entenderla, es un agujerito por el que podéis intuir mi universo de ilusiones. Y por supuesto que se aceptan comentarios y críticas, pero siempre que sean constructivas o, cuanto menos, no destructivas.

Mis últimos posts han suscitado alguna polémica, y no es que no me gusten las polémicas, pero me temo que no es esta la dirección que deseo que tome el blog. Y mucho menos si te trata de temas en los que hay terceras personas implicadas. Una cosa es que "filosofemos" sobre la vida o intercambiemos sueños y nostalgias, pero otra muy distinta es que alguien me diga lo que tengo que escribir o no, lo que tengo que hacer o dejar de hacer. Es bien diferente. Nadie tiene derecho a juzgarme (a mi ni a nadie) sin conocerme, basándose únicamente en los cuentos que escribo o los poemas de amor que inventé para alguien. Nadie conoce la verdadera historia de mi vida, y me parece un tanto atrevido verter juicios de valor y moralina barata sin tener datos objetivos para hacerlo (y aunque se tuvieran, tampoco me parecería del todo bien). Muchas de las cosas que escribo no son más que ciencia ficción, reflexiones inspiradas por algo o alguien, sueños personales o ajenos, cartas sin destinatario ni remitente oficial. Muchos de los posts son llamadas a mi misma, pequeñas anotaciones sobre lo que voy aprendiendo, una especie de guía de supervivencia para mi y el lugar perfecto en el que reencontrarme cada día conmigo misma. Muchos no hablan de mi y otros son, simplemente, textos que me gustan o pequeños regalos para quien los sabe apreciar.

No tengo que justificarme, ni pretendo dar explicaciones a nadie por lo que escribo, pero quería hacer un alto en el camino por si a alguien se le había olvidado que cada persona es libre para vivir su vida como mejor sabe y puede, que los cristales de mirar el mundo son diferentes (y respetables) para cada una de ellas, que nadie tiene la verdad absoluta sobre las cosas ni puede pretender tenerla y que "la musa" de cada uno es lo que nos hace diferentes o especiales.

(PD: A las personas que escribís, no cambiéis nunca. Y a las que leéis, no tratéis de cambiarnos.
Un saludo para TODOS de esta soñadora empedernida que nunca dejará de volar)


lunes, enero 17, 2005

"Homo Urbanus"

"... La gran ciudad y las zonas industriales son los contextos conductuales que exigen un mayor esfuerzo adaptativo para los seres humanos. La Psicología ambiental o ecológica estudia en qué medida y cómo esas variables ecológicas (hábitat y contexto urbano) condicionan los fenómenos psicosomáticos y psicológicos como es el caso del "stress urbano".

Se puede apreciar en los núcleos de gran congestión urbana las siguientes paradojas interesantes:

1. El ser humano creó la civilización y el urbanismo está destruyendo la humanidad.
2. Existe una tendencia a la despersonalización de las relaciones humanas debido al exceso de contactos interpersonales. Abundan las relaciones efímeras, esporádicas y superficiales y cada vez nos implicamos menos emocionalmente en ellas para defendernos del posible desbordamiento (¿incontrolable?) de emociones. Todo menos aprender a identificarlas, gestionarlas y controlarlas.
3. Muchedumbres y masas populares están formadas por soledades aisladas unas de otras. Parecemos un puzzle con nombre de ciudad cuyas piezas a nadie importa dónde estén,ni cómo, con tal de no destruir la estructura global. No importa quiénes somos sino de qué formamos parte, cuando cada individuo es una ciudad en sí misma, lamentablemente cada vez más deshabitada.
4. Estructuras y formas organizativas que, a la vez que han dotado al ser humano de una gran capacidad de adaptación al ambiente, le hacen objeto de un gran número de agresiones que limita notablemente sus posibilidades vitales.
5. La gran urbe limita en gran manera el desarrollo de la actividad diaria. Hace al ser humano completamente dependiente de eventos sobre los que no tiene control alguno y se acomoda a ellos sin cuestionarse nada ni tratar de evitar el proceso imparable de alienación.
6. La ciudad limita la conducta humana. La realidad urbana es inamovible y el ser humano adopta una postura pasiva de resignación frente a ella.
7. En la gran ciudad hay serias dificultades para percibir los estímulos significativos y también para no percibir los estímulos no significativos.
8. Los agentes contaminantes, la polución atmosférica, la contaminación estimular y bacteriológica atentan contra sus propios creadores, los seres humanos. Y nos acostumbramos a vivir con ellas como si de animalitos domésticos se tratara.
9. Los ciudadanos, gracias a los medios de comunicación, estamos más informados que nunca. Y también más manipulados, vulnerados y violados. Además, para almacenar toda la información que nos llega de los medios debemos entrar en una dinámica de "olvidar para registrar" (el saber sí ocupa lugar), sustituyendo continuamente unos recuerdos por otros.
10. El anonimato constituye el estilo comunicativo "defensivo" de gran parte de la gente, y da lugar al distanciamiento, la desconfianza, la reserva exacerbada y la insolidaridad.
11. Las estrategias de afrontamiento empleadas para combatir el desbordamiento de información (el aislamiento, la ignorancia, la soledad) se han institucionalizado como norma no sólo fáctica y táctica, sino oficial.
12. Nuestro progreso se ha acelerado tanto que no sólo hemos perdido los aspectos positivos del pasado, sino que además no estamos asimilando los del presente queriendo alcanzar los del futuro.
13. El ritmo de vida de las grandes ciudades amenaza con sobrepasar la capacidad de adaptación humana.
14. Las prisas suelen ser contagiosas y crónicas, por lo que cuando decidimos empezar a descansar y a relajarnos, ya no podemos hacerlo. Y entonces nos preguntamos a qué hemos estado jugando todo este tiempo.
15. El marco social urbano presenta cierta sensación de anomia y de desorganización que puede legitimizar ciertas actitudes insolidarias e incluso hostiles con los demás ciudadanos.
16. El estado de carencia de valores hace aparecer nuevas subculturas (sectas, pandillas, mafias) o la inversión de los valores éticos. La falta de modelos positivos da lugar a la invención de unos nuevos, o el renacimiento de referentes anteriores aunque éstos sean negativos.
18. En definitiva... Somos víctimas y verdugos en la jungla del asfalto..."

(Texto escrito en el año 2005)


Homo Urbanus: Especie extinta que pertenece a la familia de los homínidos y desciende de los primates. Vivía en grandes urbes y se alimentaba de sí mismo. No contento con acabar con su propia especie, también destruyó un planeta llamado Tierra.

(Clase de Historia Universal en la Facultad de Historia de Acnub, en el suroeste de Marte, año 2117)

sábado, enero 15, 2005

Echar de menos

Es cierto. Siempre se echa de menos. Siempre hay algo que extrañar, o a alguien. Estemos donde estemos siempre echaremos en falta aquello que dejamos atrás. Siempre miraremos con cierta nostalgia el camino recorrido, los tesoros encontrados y perdidos, los que pudimos tener y no tuvimos. También los que no nos permitieron tener. Puede que sigamos derramando alguna lágrima durante años, que no seamos capaces de borrar ese nombre, esos labios, esa sonrisa, aquellas promesas, aquellos bailes... Aquel lugar donde nos conocimos, al que viajamos o planeamos viajar.

Siempre se echa en falta lo que no se tiene, lo que no se ve ni se siente próximo. Es ley de vida. Y duele, vaya si duele.

A veces nos resistimos a la idea, nos obcecamos en mantenerlo todo bien atado, en no dejar que nada cambie, sobre todo si ello conlleva algún sufrimiento para nosotros (sí, todos actuamos de manera egoísta en estos casos). Pretendemos conservarlo todo, encadenarlo a nuestra vida, evitar a toda costa el desprendimiento final. Pero es inútil. Todo es inútil cuando se trata de alterar el curso normal de las cosas, o de las personas. “Cuando alguien siente que necesita volar es mejor no tratar de cortarle las alas. Si se tiene que caer, se caerá. Si tiene que volver, volverá. Y si tiene que desaparecer para siempre, también lo hará.”. Todos necesitamos nuestro espacio, nuestra velocidad, nuestros mapas y tesoros, nuestros tropiezos y ritmos de aprendizaje. Puede que durante un tiempo compartamos el espacio con alguien, los mapas parezcan casi calcados y los tesoros y metas suenen igual. Pero, seamos realistas, es muy difícil que coincidan exactamente durante todo el viaje. Por eso es lógico comprender que nada permanezca siempre inalterable, que nos guste o no, dejaremos atrás muchas cosas, a muchas personas, y seguramente las echaremos de menos. Seguro.

Otras veces, por aquello de evitar el dolor futuro, tomamos la decisión de no implicarnos, de no poner ilusiones en algo que suponemos que tarde o temprano terminará, desaparecerá de nuestra vida dejando un gran vacío (por aquello de que “nada permanece”). Son muchas las personas que por miedo a sufrir, o a perder algo valioso, acaban por perderse lo más maravilloso que vivían o podían haber vivido. Y es respetable, tanto como involucrarse hasta las cejas, dejarse llevar siempre por los sentimientos y arriesgarse cada vez que se tiene la oportunidad, pero resulta absurdo. Sufrir, sufriremos todos, de una forma u otra. Y no me cabe la menor duda de que en esta vida, que además es la única que tenemos, entre muchas otras cosas, también hay que sufrir (aunque no más de la cuenta). Y podemos inventarnos todos los mecanismos de defensa que queramos, todas las estrategias y excusas que quepan en nuestra mente para intentar impedirlo. Huir cuando empecemos a sentir algo por alguien, poner distancia de por medio, desaparecer, racionalizar hasta el extremo... Nunca serán suficientes. Y si lo son para alguien, que triste vida la suya (siempre hablo desde mi punto de vista particular), pues no sólo no es capaz de asumir el dolor como parte de la vida, sino que además se pierde todas las cosas maravillosas que ésta pone a su alcance por miedo al dolor que su pérdida le pueda ocasionar. El miedo se come la vida, y sin vida, no somos nadie.

Todos echamos de menos a alguien, y seguiremos echando de menos aunque sea sólo en momentos puntuales, aunque duela cada vez menos. Incluso aquellos que no quisieron, que se protegieron de sus propios sentimientos, se preguntarán lo que podía haber sido, lo que hubiera pasado si no hubieran tenido tanto miedo, si se hubieran arriesgado, y puede que lloren entonces más que nunca (que lloremos entonces). Y lo peor es que NO SE PUEDE VOLVER ATRÁS. Pero ante todo, hay que ser coherente y consecuente con las propias decisiones. Si decidimos arriesgarnos, aceptar el dolor cuando llegue (si llega) y pensar que valió la pena. Y si no, aceptar que puede que nunca volvamos a tener esa oportunidad y seguir adelante, a lo que venga.

Cuando estuve en El Salvador, y disculpa que me ponga autobiográfica (nunca he pretendido que esto se convirtiera en una especie de autobiografía), tuve miedo de implicarme emocionalmente con las personas que conocí porque sabía que cuando volviera a España las extrañaría, y sentiría un gran vacío en mi interior. Pero me arriesgué, me dejé llevar, no me puse barreras ni reprimí lo que nacía dentro de mi. Quería vivir la experiencia, aun siendo consciente del dolor que sentiría más tarde. Y lloré, ya lo creo que lloré. Les echo de menos cada día que pasa. Pero no me arrepiento, porque todo el amor que sentí, que di y recibí, supera con creces el sufrimiento. Valió la pena. Y lo mismo sucede cuando conocemos a alguien especial y nos enamoramos, cuando cambiamos de ciudad y descubrimos gente nueva que tarde o temprano dejará de estar a nuestro lado, cuando rompemos una relación o empezamos a sentir algo diferente por alguien.

Podemos encerrarnos en nosotros mismos e intentar por todos los medios que los sentimientos no nos controlen, no dejar que nadie atraviese el umbral de la puerta y ver la vida desde lejos, sin implicarnos demasiado, por lo que pueda pasar. Siempre encontraremos motivos razonables para justificar nuestro miedo, a lo desconocido, a lo conocido, a la realidad o a nuestros propios sueños. Los seres humanos tenemos la capacidad de racionalizarlo todo. Y muchas veces funciona.

O podemos armarnos de valor y salir ahí fuera, emborracharnos de ilusiones, de alegrías y penas, sentir cada una de las cosas que somos capaces de sentir, descubrir nuevas formas de amar, de sufrir, de reír, de llorar. Podemos empezar a asumir la realidad de las cosas (“nada permanece; todo fluye”) y usarlo a nuestro favor, “Carpe Diem”. No quedarnos estancados pensando en cuando él ya no esté a nuestro lado, sino estar a su lado; en cuando ella vuelva a Valencia o se marche a París otro año, sino estar con ella. En que algún día pueden dejar de amarnos o abandonarnos, sino amar hasta entonces. En que, si nos ponemos así, la vida se acaba, todos desaparecemos tarde o temprano, nada permanece ni es eterno o infinito, ni siquiera el amor, sino vivir, permanecer mientras podamos y queramos y disfrutar mientras lo hacemos.

No estoy diciendo que haya que cometer locuras todo el tiempo (aunque sí parte de él), dejarse arrastrar siempre por las pasiones, los impulsos o apetencias esporádicas y ocasionales. No. No estoy defendiendo el libertinaje y la sinrazón (y quien me conozca lo sabrá bien). Sólo digo que, teniendo las cosas claras, nuestras metas, capacidades y limitaciones, conociéndose uno mismo y respetándose, podemos, debemos, concedernos el regalo de vivir, aunque lloremos, aunque suframos, aunque echemos de menos. Porque vale la pena. Porque cuando lleguemos al final del camino, lo que hayamos vivido hasta entonces será lo único que nos quede, la única prueba de que hemos estado aquí y no hemos perdido el tiempo escondiéndonos bajo las sábanas del miedo.

¿Cuántas veces hemos perdido a alguien por miedo a perderle y echarle de menos después? ¿Cuántas hemos evitado sentir algo por alguien que no permanecería por mucho tiempo a nuestro lado? ¿Cuántas veces nos hemos puesto barreras a nosotros mismos o hemos esquivado nuestros propios sueños por miedo a sufrir? ¿Cuántas veces nos hemos negado el regalo de vivir?... ¿Cuántas veces te has callado un “te quiero” por miedo a la respuesta? ¿Cuántas veces has salido corriendo? ¿Cuántas te has quedado con las ganas de regalar un beso o compartir una canción? ¿Cuántas veces te has enamorado de verdad, o has sentido mariposas en el estómago? ¿Cuántas te has dejado llevar, sin miedo?... ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste realmente vivo?... ¿Y a qué esperas para empezar a hacerlo?... Esas son probablemente las únicas cosas que nunca podremos perder, porque no son materiales, tangibles, porque están dentro de nosotros y harán que nos sigamos emocionando hasta el último momento.

Por todo esto, no me arrepiento ni lo haré jamás, de haber amado siempre como si fuera la última vez, de haber llorado como si algo se resquebrajara en mi interior, de haberme dejado llevar cuando lo he hecho. De haberme alejado por un tiempo, el que fuera necesario, cuando he sentido que debía hacerlo. De haberme arriesgado, de haberlo intentado... De haber sido fiel siempre a mis sentimientos, aunque ello significara sufrimiento. De echar de menos a cada una de las personas que han pasado por mi vida y me han hecho sentir un poco más viva... Y lo seguiré haciendo, porque no tengo miedo. Ya no. Porque TODO lo que he vivido, para bien o para mal, ha merecido la pena. De eso no me cabe la menor duda.

Y si no fuera así, lo echaría de menos.

martes, enero 11, 2005

Volver atrás

Hoy he vuelto a casa. He entrado en el pequeño salón de la que fue mi casa hace unos años, y he respirado profundamente. Nada está como estaba, pero todo huele igual. Huele a ella.

He recorrido cada una de las paredes y he descubierto un montón de fotos nuevas. Grandes, pequeñas, en blanco y negro, de colores brillantes y extraños. No hay ni una sola que no haya pasado por sus creativas y originales manos. Ninguna ha escapado de su incansable y maravillosa imaginación. Fotos recortadas, collages con momentos ancestrales, montajes increíbles y repletos de significado. Todos estamos colgando de las paredes de su vida. Sus padres, su exmarido, su hijo, su anterior pareja y yo. También sus gatos y sus amigas conforman este gran laberinto de ilusiones. Somos los ojos que la espían cada noche, las sonrisas que la admiran cada día, el amor que la llena de vida y fuerza cada vez que se siente sola. Somos las pequeñas piezas de su rompecabezas particular.

También hay cuadros, muchas y dispares composiciones artísticas que la han acompañado durante años, en cada traslado, en cada kilómetro cero. Y otras nuevas, de ahora, de esta nueva etapa en la que empieza a caminar. Sólo ellas saben los comienzos que ha vivido, los finales que ha llorado, y cuánto ha luchado... Y es en momentos como este que yo retrocedo unos años, quizá todos los que la memoria me permite, y me siento en su regazo, y la abrazo fuerte... Y me arrepiento de no haberle dicho millones de veces cuánto la quería, cuánto la quiero...

Es en momentos como este que cierro los ojos y escucho sus regañinas, mis escenitas melodramáticas, mis ataques de histeria infantiles, sus gritos, los míos, mis lágrimas, las suyas... Los insultos y los castillos desplomados, los libros por los aires y el amor desparramado por el suelo de toda la casa, de todas las casas que hemos construído y derruído juntas... Recuerdo las amenazas, las chulerías de una niña repelente y testaruda, los silencios sepulcrales, las pesadillas de día, la tranquilidad de los sueños. Las horas sin dormir escondida bajo la almohada, tratando de no respirar ni un ápice más del odio que envenenaba mi habitación, mientras ella se encerraba en su cuarto y se rendía una vez más ante un Valium para no escucharme llorar. Para morirse un rato.

Pero he seguido caminando por el pasillo, ahora descalza, y he tropezado con uno de sus baúles de madera. Uno de esos arcones enormes para guardar ropa vieja y sueños rotos apilados... y, sobre él, he encontrado una foto mía. Un marco que envuelve la mejor de mis sonrisas, la mirada más dulce jamás inventada, para ella, sin billete de vuelta... Y es entonces cuando recuerdo también nuestras escapadas nocturnas al País de Nunca Jamás, las bienvenidas de las hadas, los guiños fugaces de niños que vivían bajo las raíces de un árbol, o esos príncipes encantados que siempre se convertían en sapos... Y todas las batallas que libramos contra piratas y dragones de tres cabezas, o de mil... Recuerdo cómo me apartaba el pelo de la cara para hacerme fotos, y cómo me acariciaba la cabeza cuando me quedaba dormida en su regazo... También de cómo me hacía rabiar delante de mis amigos adolescentes, y me sacaba los colores diciéndome que era una mocosa... Recuerdo sus días tristes cuando mi padre se fue de casa, y cómo no supe qué decir ni qué hacer, cómo mis lágrimas no me dejaron ver que ella también lloraba... Y quiero volver y abrazarla. Quiero que me vuelva a abrazar como antaño, que me estruje en su pecho y me diga que no tenga miedo, que todo irá bien, que ella está bien. Que me vuelva a prometer que los fantasmas no existen, y si existen que me cuente que a nosotras no nos pueden hacer daño, porque somos brujitas... Y quiero volverla a creer. Creerla también cuando me diga que me quiere, después de escuchar... un "te quiero mucho mamá".

(Lo escribí hace algún tiempo,no mucho, pero hoy lo he encontrado entre mis apuntes, y me he vuelto a emocionar...)

miércoles, enero 05, 2005

Noche de Reyes

Un año más, pero esta vez con una intención diferente, se quedó esperando junto a la ventana. Procuró mantener los ojos bien abiertos toda la noche. De tanto en tanto, algún pequeño ruido la distraía y entonces buscaba rápidamente la ventana de nuevo, esperando descubrir algún movimiento sospechoso.

Alicia tenía siete años y medio (siempre recalcaba el medio cuando le preguntaban la edad) y vivía con sus padres en un pequeño pueblo. Desde muy pequeña había confiado en las historias que su madre le contaba cada Navidad acerca de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, pero ese año tenía algunas dudas razonables que quería resolver. Ya era hora de encontrar algunas respuestas que nadie nunca le había querido dar. Así que plantó guardia junto a la ventana toda la noche y esperó, sentada en una butaca, sin saber muy bien con qué se podía encontrar. Pero no descubrió nada nuevo.

Ella nunca recordaba haberse dormido durante la vigilancia, pero sin saber cómo, al abrir los ojos, el salón siempre estaba inundado de regalos de todos los tamaños y colores. Cada año la misma historia. Primero se enfurecía por haberse quedado dormida, por seguir sin respuestas para sus elaboradas y estudiadas preguntas, por continuar con la incertidumbre que invade a muchos niños llegada cierta edad. ¿Cómo sabían los Reyes que ella quería ese coche teledirigido si no había escrito carta ese año? ¿Quién se lo habría dicho? ¿Quién lo sabía?... Pero pronto la rabia se tornaba euforia y alegría. En cuanto empezaba a descubrir sus regalos y los abría, olvidaba su empeño por desvelar el misterio.

Al año siguiente, Alicia sí escribió una carta. En ella le pedía a sus Majestades que dejaran de llevarle regalos porque no los quería, porque siempre acababa cansándose de ellos y los guardaba en un armario, y se aburrían, y se estropeaban, y se amontonaban, y ella ya era mayor para juguetes. Les explicaba que sus papás se habían separado, que ya no se querían, que ella acababa de tener un hermanito y que su papá se había ido a vivir a otra casa, solo. Les contaba que estaba triste, que no entendía para qué servían los regalos cuando no se podía disfrutar de ellos con los seres queridos. Que ella ya no quería más regalos inútiles nunca. Que sólo quería que sus papás volvieran a quererse, que estuvieran con ella, y que su hermano creciera en una familia feliz... Le dio la carta a un paje que estaba de paso por un gran centro comercial, después de esperar una cola de casi una hora, y esperó impaciente a que llegara el día.

La Noche de Reyes no se quedó despierta como de costumbre. Se metió en la cama con su madre y su hermano y se durmió profundamente, deseando despertar en su cama al escuchar la voz de su padre gritando que habían venido los Reyes. Pero no fue así. Por la mañana, el salón estaba inundado, aunque menos de lo habitual, de regalos de todos los tamaños y colores, pero su padre no estaba allí. Alicia se enfadó tanto que se quedó escondida en su cuarto sin querer salir durante horas. Ella no quería regalos.

Aquella mañana descubrió que la habían estado engañando durante todos aquellos años, y se enfureció más todavía. Ahora lo entendía todo. Pasó varios días sin querer hablar con nadie.

Al cabo de unos años, cuando su hermano ya contaba cerca de los seis, Alicia recordó su historia y pensó en desvelarle el secreto. Él ya empezaba a hacerle preguntas sobre la naturaleza de aquellos hombres que traían regalos una vez al año porque sí. Y ella se contenía para mantener viva la ilusión de ese niño que la miraba entusiasmado cada Noche de Reyes. Ella deseaba contarle la verdad, para que nunca esperara más de la cuenta, pero no fue capaz. No quería arrebatarle la emoción ni la sonrisa, nisiquiera la esperanza o la magia. No podía hacerlo.

Ella ya no escribía cartas, ni esperaba despierta a que aparecieran por el balcón. Ya no creía en ellos, ni en los Reyes ni en sus padres, ni en la magia ni en el amor, ni en la eternidad ni en la verdad, ni en los sueños ni en los cuentos. Ya no creía en nada que no pudiera ver o tocar.

Su hermano cumplió los ocho sin saber toda la verdad. Y ella los dieciséis de vuelta de todo.

Cuando él resolvió el misterio no se enfadó demasiado. Hizo algunas preguntas y lloró un rato, pero se le pasó enseguida. Alicia sí que se enfadó, y le recriminó a su madre que les hubiera mentido, engañado, estafado, traicionado...(así era como ella se sentía). Le reprochó su separación y cualquier cosa que se le ocurría. Prometió odiar siempre la Navidad y no casarse. No tener hijos ni mentir nunca. No soñar ni tener esperanzas, no desear nada con fuerza, no sentir ni llorar jamás. No creer en nadie. Borrar del calendario la Noche de Reyes.

Alicia tiene treinta y cinco años y medio (sigue recalcando el medio cuando se le pregunta por la edad) y vive con su pareja y su hija en una casita en un pueblo pequeño. Estudió Derecho y Psicología. Conoció a César en un concierto de Serrat y dos años después tuvieron a Andrea.

Andrea tiene casi seis años y empieza a preguntar por los Reyes Magos... Alicia y César han decidido permitirle soñar un poco más. Al fin y al cabo, no habrá otro momento en su vida en que volar sea tan fácil, y la inocencia tan gratificante.

La Noche de Reyes Andrea se queda despierta junto a la ventana...

lunes, enero 03, 2005

Por la puerta grande

Ahora sí, se acabó el año. Un año más de capitalismo y consumismo desorbitado, de destrucción masiva del mundo. Un año más de contrastes alarmantes e indiferencia popular.

Entramos en el 2005 por la puerta grande:
Un maremoto ha acabado con las vidas de más de 300.000 personas en el Sureste de Asia, y en breve vendrán los Reyes a inundarnos de regalos.
El eje de la tierra se ha desplazado 5 cm., y el niño de la puerta de enfrente llora porque Papá Noel se olvidó de su Action Man.
Bush volvió a ganar las elecciones, e Irak sigue inmerso en un abasallamiento atroz y despiadado.
La UE se convierte en la primera potencia mundial y el "sueño americano" empieza a dejar paso al "sueño europeo", y en el Tercer Mundo sigue muriendo de hambre 1 niño cada 7 segundos.
Se firma la Constitución Europea, y siguen sin respetarse los Derechos Fundamentales del Hombre.
La tecnología y la ciencia llega hasta límites insospechados, y en Japón hay gente que muere debido al stress al que son sometidos.

Sin duda, entramos en el nuevo año por la puerta grande. Sólo espero que, de una vez por todas, dejemos de escaparnos por la puerta de atrás.

Feliz 2005.